Con mi firma (II)

 

 

 

 

 

 

Pececita

 

Pececita, es una reina de mar coronada por variopintos ojivales y rosetas. Ha nacido entre praderas de arrecifes de corales bañados por unas aguas cuya tibieza, apenas si deja sentir el paso de las estaciones. La inquietud que siente por la vida, impide a Pececita el disfrute de los placeres inmediatos. Igual que un remo, ha viajado. Conoce el flujo de la corriente. La bajada del nivel de las aguas durante la marea. Las sacudidas de la resaca. Pececita ha aprendido que el mar es un telón cambiante y movedizo. Un escenario de fondos marinos donde peces con ocho o diez brazos, avanzan entre los escollos de las rocas con movimientos de danza. “¿Has cazado una buena pieza?”. Y peces (¡ay!) cuya mandíbula superior es silenciosa, rápida y depredadora. “Sí -responde Pececita mostrando a las abiertas fauces del gris tiburón, el laberinto de un cofre-. Esta caja de hermética cerradura, abre tal trueque de entradas y salidas, que se puede comprobar sin temor, la paciencia de los enemigos”. El insólito tamaño del baúl produjo un júbilo siniestro en los ojos del pez. ¿O influiría el hecho de que atisbara en el arca abundante rojez de sangre humana? Pececita, consciente del disfrute de la bestia, se aventura añadir: “Este dédalo, tiburón amigo, es tuyo”. “¿Y tú, qué deseas a cambio?”-pregunta el espectro con la garganta hambrienta-. “Sólo un pulpo y un calamar que amurallen con su tinta mis arrecifes. Están aquejados del más mortal de todos los males; Pezescafandra y su ambición han venido en barco”. Un frío lácteo (¡brrr!) atraviesa por entero al tiburón a la par que, un intervalo de alianza se desliza entre ellos sin roce. “Pez de colores, admiro tu gran cerebro”.  “Rey de los mares, me maravilla tu buen corazón”.

 

 

 

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