LecturAma (XXVII)

Llamando a…

 

 

   

Los libros que de verdad me gustan son esos que cuando acabas de leerlos piensas que ojalá el autor fuera muy amigo tuyo para poder llamarle por teléfono cuando quisieras…”

 

dice Holden Caulfield, joven protagonista de El guardián entre el centeno, la novela de J. D.  Salinger publicada el 16 de julio de 1951. Y tú, Lector-Lectora,  a quién llamarías…?

 

 

 

 

LecturAma (XXVI)

 

 

23 DE ABRIL

 

El Libro

VOZ.

       CUERPO.

                     AIRE.

 

         Cada palabra,

                               POLVO

                                    (fuera creado o no).

Del poemario Manual de tinta (Ediciones Vitruvio)

 

LecturAma (XXV)

 

La desilusión del arte

 

El 21 de septiembre de 19 a. C. moría el poeta romano Virgilio, creador de obras inmortales como la Eneida, las Bucólicas y las Geórgicas sumido en la más profunda desolación. El escritor austriaco Herman Broch, narraría las últimas dieciocho horas de vida del poeta en su novela La muerte de Virgilio (1945).

 

 

En su agonía Virgilio conoce la desilusión del arte y ruega a sus sirvientes y amigos que le ayuden a quemar la Eneida

Veintiún siglos después nada parece haber cambiado: cuanto más grande es el poeta, escritor, artista o pintor más pequeña le resulta su vida y el inabarcable macizo… de la nada.

 

 

 

 

 

 

LecturAma (XXIII)

 

VIVIENDO  ARTE

 

 

 

 

 

Era el 17 de mayo de 1857 cuando el insigne escritor francés Gustave Flaubert (Ruan, 1821-Canteleu, 1880) creador entre otras obras de Madame Bovary, La educación sentimental, Salambó…) escribía en una carta personal: “La vida es algo tan odioso que solo se puede soportar evitándola. Y se la evita viviendo en el Arte, en la búsqueda incesante de la Verdad expresada por medio de la Belleza”.

 

 

 

 

 

LecturAma (XXI)

 

lecturama

Sin cambio’

 

por

 

 El cambio

 

Cuentan los famosos cuentos de Cuinto que llegó una vez un filósofo a una ciudad y comenzó a gritarles en la plaza mayor a todos los ciudadanos que “Se hacía necesario un cambio en la marcha del país si éste no quería destruirse a sí mismo”.

El filósofo y profeta gritaba y gritaba. Una multitud acudió a escuchar sus palabras, aunque más por curiosidad que por interés, y el filósofo al verse rodeado de tanta gente puso toda su alma en la voz, aconsejando el cambio de costumbres a todos los presentes por el bien de todos los presentes.

Pero según iban pasando los días eran cada vez menos los curiosos que rodeaban al filósofo, a la vez que ni una sola persona de la ciudad parecía estar dispuesta a cambiar de vida. A pesar de ello el filósofo y profeta no se desalentaba y seguía gritando y pregonando, gritando y…

Hasta que un día ya nadie se detuvo a escucharle. Más el filósofo y profeta seguía hablando por el cambio con toda su alma y gritando en la soledad de la gran plaza. Y pasaban días y días y días y el filósofo seguía con sus palabras, aunque nadie le escuchaba. Al fin, una mañana alguien se acercó y le preguntó:

-¿Por qué sigues hablando y gritando? ¿No ves que nadie está dispuesto a cambiar?

-Sigo gritando mis palabras –respondió el filósofo- porque si me callara, ellos me habrían cambiado a mí.